Aconteció después de la muerte de Moisés siervo de Jehová, que
Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, diciendo: Mi
siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y
todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:1-2).
La tarea que Dios le encomendó a Josué era de enormes proporciones. Era suficiente para humillarlo y a la vez bendecirlo.
Siendo Josué sucesor de Moisés, tenía unos zapatos muy grandes que
calzar. Habiendo hecho Dios grandes proezas a través de él y habiendo
sido el hombre tan grande que fue para el pueblo de Israel, de seguro
que en lo personal Josué se sentía muy poca cosa e incapaz para la tarea
que tenía por delante. Es probable que hasta se le aflojaran las
rodillas.
Mas sin embargo cuando Dios trata con él lo hace de manera enfática reiterándole 3 veces “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente” (Jos 1:6-7,9). Esto es, “levántate y pasa”
(Jos 1:2), enfrenta y vence tus temores. Aquí no había lugar para
cobardía, no había lugar para echar atrás, no había lugar para
tarántulas emocionales, ni tampoco para argumentos; que si yo, pero que
Moisés, que la gente, ¿que qué van a pensar, que qué dirán?, que yo no
puedo, ni nada de eso.
Dios le dio un mandato muy claro a Josué (Jos 1:6) y se lo repite una
y otra vez para que supiera que sin lugar a dudas él iba a hacer la
conquista y que debía moverse hacia delante. La victoria estaba
asegurada “Yo os he entregado,..” (Jos 1:3 cf. 1:6a). La tarea de Josué era “no temer ni desmayar”
(Jos 1:9) porque la presencia y la mano poderosa de Dios estarían con
él en todo tiempo y en todo lugar. El podía con toda seguridad vencer el
temor esforzándose y siendo valiente, a sabiendas de que Dios lo
amparaba.
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