No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros,
Sino a tu nombre da gloria,
Por tu misericordia, por tu verdad.[Salmos 115:1]
Sino a tu nombre da gloria,
Por tu misericordia, por tu verdad.[Salmos 115:1]
Que preciosa y poderosa Palabra la que el salmista declara, inspirado por el Espíritu Santo de Dios, en el primer versículo del Salmo 115. En este salmo, la Biblia enseña que solamente Dios, y nadie más que Él, es digno de recibir toda la gloria por los siglos de los siglos, mientras que los ídolos nada pueden hacer. El salmista declara que la gloria NO debe ser dada a ninguno de nosotros, los seres humanos, sino al Creador de los cielos y de la tierra, al dador de la vida, al que vive y reina por la eternidad, a Dios nuestro Padre Celestial, y al Cordero. ¡Aleluya! ¡Bendito sea el Nombre de Jesucristo!
El salmo 115 enseña la inmensa diferencia entre nuestro Dios y los ídolos. Cada vez que leo este salmo, doy gloria a Dios porque Él nos ha permitido venir a los pies de Cristo y creer en Él, en Jesús, el Hijo del Dios viviente. Jesús, el que estuvo muerto y vivió ¡Aleluya! Nuestro Señor y Salvador Jesucristo no es un ídolo hecho de mano de hombre, sino un Dios vivo, poderoso, majestuoso, soberano, justo y misericordioso. Jesús, ya no es el carpintero, ni es un niño, como el Vaticano quiere que el mundo lo siga viendo, sino un Ser Supremo a quien el apóstol Juan, estando en el Espíritu, dice la Biblia que oyó detrás de él una gran voz como de trompeta, y Juan pudo ver, al dador de la vida, él vio a Jesús glorificado tal como es. ¡Bendito sea Jesús!
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